miércoles, 27 de julio de 2022

ELENA G WHITE Y LAS VACUNAS

⚠️ ADVERTENCIA PERSONALMENTE NO CREO QUE LO SIGUIENTE APLIQUE A LA VACUNA DE LA RECIENTE PESTE 19 SINO A LAS VIEJAS VACUNAS QUE HAN SIDO PROVADAS POR SIGLOS COMO LA DE LA VIRUELA ⚠️

📌"ALGUNAS OBSERVACIONES PARA

LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DIA SOBRE

ELENA DE WHITE Y LAS VACUNAS"

Dios se preocupa por cada uno de nosotros. No sólo le importa nuestra vida espiritual, sino también nuestra vida física, emocional y social. En su última carta, registrada en la Biblia, el apóstol Juan escribió: "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas y que tengas salud, así como prospera alma" (3 Juan 2, RVR 1995). A través del mensaje de salud los adventistas han tratado de experimentar y practicar el ministerio de curación de Jesús. Elena de White, una de las tres personas cofundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, recibió un llamado de Dios para ser Su mensajera. Su ministerio profético no fue para tomar el lugar de las Escrituras ni añadir a ellas, sino más bien para llamar nuestra atención a los principios de la Biblia y aplicarlos cuando fuera necesario, para el desarrollo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Pero el Espíritu Santo también la llevó a guiar a la iglesia en sus principales ministerios de publicaciones, salud, educación y misión mundial. Elena de White tuvo cuatro grandes visiones que apoyan el amplio trabajo del ministerio de salud. Estas y muchas otras revelaciones posteriores condujeron al establecimiento de hospitales, clínicas y un ministerio médico de cobertura mundial. Su escrito más extenso sobre el tema de la salud se encuentra en su libro El Ministerio de Curación, publicado originalmente [en inglés] en 1905.

No hay un consejo específico sobre vacunas

Elena de White tenía mucho que decir sobre muchas cosas relacionadas con la salud, pero no proporcionó ningún consejo específico sobre las vacunas. Por lo tanto, este documento no pretende de ninguna manera resolver el asunto de si una persona debe ponerse una vacuna en particular o no. Esta es una decisión personal que necesita ser guiada por el estudio con oración, la consideración de los principios bíblicos y el consejo médico. Sólo tenemos algunas historias sobre las interacciones de Elena de White, su familia y obreros con respecto a las vacunas. Estas nos ayudan a entender cómo aplicó los principios bíblicos relacionados con el desarrollo de avances científicos en vacunas, ya que carecemos de una revelación profética específica.

Historias relacionadas con vacunas

W. C. White:

En 1924, W. C. White, hijo de Elena de White, escribió al Dr. L. C. Kellogg en Loma Linda, California [, Estados Unidos]. Kellogg había preguntado sobre la posición de Elena de White acerca de las vacunas. Según W. C. White, “ella lo consideró como una pregunta confusa”. Y continuó: "No recuerdo si ella alguna vez dijo, o si escribió, que tenía instrucciones especiales con respecto a la vacunación". Willie vio a su madre como abordando el asunto racionalmente en ausencia de revelación profética directa:

“En mis primeros días ella habló de ello como algo peligroso y relató mi propia experiencia. Ella dijo que de niño yo estaba perfectamente sano hasta que me vacunaron, y por eso mi salud se deterioró. Madre escuchó atentamente los argumentos de que los métodos de vacunación habían mejorado, y cuando en nuestros viajes fuimos a una ciudad grande donde la viruela estaba haciendo estragos y se discutió el asunto de si yo y mis asociados debíamos ser vacunados o no, ella no ofreció objeción en vista del argumento de los médicos de que no era sólo por nuestra propia seguridad, sino por la seguridad de los demás. Yo y mis asociados fuimos vacunados". [1]

Debido a la forma en que se fabricaban y administraban las vacunas contra la viruela en el siglo diecinueve, no sólo podían producir síntomas de viruela; también podrían contener contaminación bacteriana que podría causar otras enfermedades graves. Con el paso del tiempo se fueron realizando mejoras en las vacunas.

D. E. Robinson:

El esposo de la nieta de Elena de White y por muchos años su asistente de oficina, D. E. Robinson, respondió a una carta dirigida a Elena de White sobre la vacunación. Robinson es quien escribió el ampliamente influyente libro, The Story of Our Health Message [La historia de nuestro mensaje de salud]. [2]  Él respondió de manera similar a W. C. White que "los escritos de la hermana White contienen principios amplios que deben guiarnos en todo nuestro trabajo. Sin embargo, cuando se trata de detalles, es necesario que los estudiemos y lleguemos a nuestra propia conclusión. Debido a nuestras limitaciones finitas, no siempre vemos igual en algunos de estos asuntos ". Robinson luego compartió una historia interesante, aunque trágica, de un pariente cercano que murió de viruela:

“Cuando era joven, me vacunaron y estuve muy mal por un tiempo. Esto me llevó a sentir que era una mala decisión vacunarse. Por otro lado, me sentí diferente cuando me enteré de la muerte de mi tío en la india, el pastor D. A. Robinson, quien se había negado a ser vacunado.  Otros que habían sido vacunados y que estaban estrechamente asociados con él, o bien escaparon la enfermedad por completo o la tuvieron muy levemente.  Antes de morir declaró que, si tuviera que hacerlo de nuevo, sin duda se vacunaría."[3]

Robinson concluyó que era importante seguir el "tratamiento sencillo" de los remedios naturales establecidos en los testimonios de Elena de White y que también podríamos beneficiarnos de la vacuna. Pero volvió a concluir que esta era su propia declaración personal "por lo que la hermana White de ninguna manera es responsable".

En 1931, D. E. Robinson escribió otra carta en respuesta a una pregunta sobre la vacunación. Indicó que incluso Elena de White recibió una vacuna contra la viruela.

“Sin embargo, le interesará saber, que en el tiempo cuando hubo una epidemia de viruela en las inmediaciones, ella misma se vacunó e instó a sus ayudantes, los que se relacionaban con ella, a que se vacunaran. Al dar este paso, la hermana White reconoció el hecho de que se ha demostrado que la vacuna hace que uno sea inmune a la viruela o aligera en gran medida sus efectos si uno la contrae. También reconoció el peligro de exponer a otros que no tomaron esta precaución.”[4]

Robinson, quien había sido misionero en África, recordó lo siguiente en la misión de ellos:

"La viruela estaba alrededor de nosotros y entró en la escuela. Después de que los estudiantes se vacunaron, no tuvimos otro caso, y en ningún caso vimos malos resultados". [5]

Los documentos adventistas sobre salud, los documentos de las uniones y, ocasionalmente, los documentos generales de la iglesia, del siglo XX, proporcionaron información educativa sobre las vacunas, en particular para la de viruela y de poliomielitis. En general, apoyaron las vacunas cuando se demostró que tenían relativamente pocos efectos secundarios y reducían en gran medida el peligro de muerte o discapacidad. Además, como señaló Robinson anteriormente, durante el siglo XX, el proporcionar vacunas era parte del trabajo misionero adventista del séptimo día.[6]

Arturo L. White:

Durante el brote de poliomielitis a mediados del siglo XX, hubo discusiones sobre si tomar o no la vacuna. Arturo White, nieto de Elena de White y secretario del Patrimonio White, respondió a una carta que recibió: "Si alguien le ha informado que la hermana White aconsejó contra la vacunación o las inoculaciones, está equivocado". A. L. White dijo entonces:

“Pienso en los misioneros que salieron a trabajar durante los primeros años de nuestra obra, algunos de los cuales pensaban que el vacunarse era violar los principios. Ellos fueron vencidos por la enfermedad y pronto llenaron las tumbas que prácticamente no prestaron servicio alguno al campo misionero. ¿No habría sido mucho más agradable para Dios que hubieran tomado los pasos que les hubiera prevenido sucumbir a estas temibles enfermedades?”

White entonces contó una triste historia:

“Pienso en uno de nuestros médicos que hoy debe estar pasando mucho tiempo en un pulmón de hierro [un antiguo tipo de ventilador]. En la flor de la vida, fue enviado hace unos años al norte de África, donde dirigió muy bien nuestro servicio médico. El Señor bendijo su ministerio. La vacuna era segura contra la poliomielitis, pero por alguna razón no había suficientes para todos. El médico inyectó la vacuna a todos, pero no así mismo. Reconoció que era sabio aplicarse la vacuna pero, debido a la escasez, no lo hizo. En la epidemia que arrasó al país, él sucumbió a la enfermedad de forma muy paralizante. Con la cooperación del gobierno estadounidense, fue llevado de regreso a los Estados Unidos en un avión ambulancia. Lo que sufrió el hombre es difícil de describir. Hubo pocas esperanzas de que alguna vez hiciera uso de sus facultades normales. Era un hombre joven que tenía una familia.” [7]

Ejemplo de quinina y un principio de salud

Dios ha provisto, a través de los escritos de Elena de White, principios que pueden guiarnos al considerar si recibir o no una vacuna. En ausencia del consejo directo de Dios, estamos llamados a ejercer buen juicio y prestar atención a los avances médicos. En un momento dado escribió: "Dios quiere que tengamos sentido común, y que razonemos con sentido común. Las circunstancias alteran las condiciones. Las circunstancias cambian la relación de las cosas" (3MS 247).

“Elena de White aplicó este principio con respecto al uso de la quinina, una droga fuerte y tóxica que, durante muchos años a mediados del siglo diecinueve, fue utilizada por médicos sin una base médica científica correcta. Más tarde se descubrió que la quinina podría ser eficaz en el tratamiento de la malaria. Algunos adventistas se negaron a usar la quinina para tratar la malaria debido a lo que Elena de White había escrito tempranamente en contra de la práctica médica peligrosa y falsa (como la terapia heroica). Mientras estaba en Australia en la década de 1890, W. C. White recordó que su madre respondió a una trágica pregunta de un hombre que había perdido a su primogénito a causa de la malaria. Debido al testimonio temprano de Elena de White contra la quinina, según lo utilizado por los doctores sin base científica, él se negó a permitir que su hijo fuera tratado con esta droga. "Cuando se reunió con la hermana White, le hizo esta pregunta: '¿Habría pecado al dar al niño quinina cuando no sabía de otra manera para controlar la malaria y cuando estaba la perspectiva de morir sin ella?' En respuesta, ella dijo: 'No, se espera que hagamos lo mejor que podamos.'"[8]

En el contexto de la dirección de Dios, se nos anima a seguir los principios que se dan. Sobre el tema de las nuevas vacunas contra el COVID-19, puede haber razones por las que una persona crea que es más prudente no tomar la vacuna o tomar la decisión de tomar una marca en particular en lugar de otra. Todos estos son asuntos de decisión personal y no un asunto de mandato divino ya sea a través de la Biblia o de los escritos de Elena de White.

Notas:

[1] W.C. White a L.C. Kellogg, 5 de febrero de 1924, Q y A 34-E-2, Ellen G. White Estate, Inc., Silver Spring, MD (EGWE).

[2] Dores Eugene Robinson, The Story of Our Health Message: The Origin, Character, and Development of Health Education in the Seventh-day Adventist Church  (Nashville, TN: Southern Publishing, 1955).

[3] D. E. Robinson a A.C. Anderson, Archie, MO, 10 de febrero de 1915, EGWE.

[4] D. E. Robinson a Clarence Hocker, 12 de junio de 1931, EGWE.

[5] Ibíd.

[6] Otros dos ejemplos: Carta de Leatha Coulston a su familia, 16 de abril de 1934, de Zhangjakou, Hebei, China: "Elmer amputó tres pies, vacunó a doscientos prisioneros, tenía veintiún pacientes en la clínica. . . ." Elmer F. Coulston Collection, Loma Linda University, Archives and Special Collections; Solusi tuvo un día de vacunación durante un brote, misionero sudafricano, 21 de septiembre de 1914.

[7] Arthur L. White a L. D. King, 13 de marzo de 1961, EGWE.

[8] W.C. White a "Dear Sister" (“Querida Hermana”), 10 de septiembre de 1935, EGWE; véase también la nota al pie en 2SM, 281-282.


martes, 26 de julio de 2022

Tener un espíritu perdonador


Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará... vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas... tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Mateo 6:14, 15. SSJ 11.1
Nuestro Salvador le enseñó a los discípulos a orar así: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:12. Se pide aquí una gran bendición basada en ciertas condiciones. Nosotros mismos declaramos las condiciones. Pedimos que la misericordia de Dios hacia nosotros sea medida por la misericordia que le manifestamos a los demás. Cristo declara que ésta es la regla por la cual el Señor tratará con nosotros. Se cita Mateo 6:14, 15. ¡Qué condiciones maravillosas!, pero cuán poco se las entiende o se les hace caso. SSJ 11.2
Uno de los pecados más comunes, y al que le acompañan los resultados más perniciosos, es el abrigar un espíritu no perdonador. Cuántos hay que albergan la animosidad o la venganza y después se inclinan ante Dios y le piden ser perdonados como ellos perdonan. Seguramente no comprenden verdaderamente el significado de esta oración, o de lo contrario no se atreverían a pronunciarla. Dependemos cada día y cada hora de la misericordia perdonadora de Dios, y si es así, ¡cómo podemos abrigar amargura y malicia hacia nuestros prójimos pecadores! Si los cristianos practicaran los principios de esta oración en todas sus relaciones diarias, ¡qué cambio bendito se produciría en la iglesia y en el mundo! Sería el testimonio más convincente que se podría dar de la realidad de la religión de la Biblia... SSJ 11.3
El apóstol nos amonesta: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”. Romanos 12:9, 10. Pablo quiere que distingamos entre el amor puro y altruista que es impulsado por el Espíritu de Cristo, y el fingimiento sin sentido y engañoso que abunda en el mundo. Esta vil falsificación ha extraviado a muchas almas. Haría desaparecer la distinción entre lo bueno y lo malo estando de acuerdo con los transgresores en vez de mostrarles lealmente sus errores. Una conducta así nunca brota de una amistad verdadera. El espíritu que lo impulsa mora sólo en el corazón carnal. SSJ 11.4
Aunque el cristiano será siempre bondadoso, compasivo y perdonador, no puede sentir armonía con el pecado. Aborrecerá el mal y se aferrará a lo que es bueno, aunque tenga que perder la asociación o amistad con los no religiosos. El Espíritu de Cristo nos llevará a odiar el pecado, mientras al mismo tiempo estaremos dispuestos a hacer cualquier sacrificio para salvar al pecador.—Testimonies for the Church 5:170, 171. SSJ 11.5

 

lunes, 25 de julio de 2022

Orar por el pan cotidiano

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Mateo 6:11. SSJ 10.1
Como hijos, recibiremos día tras día lo que necesitamos para el presente. Diariamente debemos pedir: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No nos desalentemos si no tenemos bastante para mañana. Su promesa es segura: “Habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad”. Dice David: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”. Salmos 37:3, 25... SSJ 10.2
El que alivió los cuidados y las ansiedades de su madre viuda y la ayudó a sostener la familia de Nazaret, simpatiza con toda madre en su lucha por proveer alimento a sus hijos. Quien se compadeció de las multitudes porque “estaban desamparadas y dispersas” (Mateo 9:36), sigue teniendo compasión de los pobres que sufren. Les extiende la mano para bendecirlos, y en la misma plegaria que dio a sus discípulos nos enseña a acordarnos de los pobres... SSJ 10.3
La oración por el pan cotidiano incluye no solamente el alimento para sostener el cuerpo, sino también el pan espiritual que nutrirá el alma para vida eterna. Jesús nos propone: “Trabajad no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” Juan 6:27. Nos dice Jesús: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”. Juan 6:51. Nuestro Salvador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma, comemos el pan que desciende del cielo. SSJ 10.4
Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestra alma para las necesidades del día. SSJ 10.5
Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 95, 96. SSJ 10.6
 

Acercándonos a Dios con reverencia



Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Lucas 11:2. SSJ 9.1
Para santificar el nombre del Señor se requiere que las palabras que empleamos al hablar del Ser Supremo sean pronunciadas con reverencia. “Santo y temible es su nombre”. Salmos 111:9. Nunca debemos mencionar con liviandad los títulos ni los apelativos de la Deidad. Por medio de la oración entramos en la sala de audiencia del Altísimo y debemos comparecer ante él con pavor sagrado. Los ángeles velan sus rostros en su presencia. Los querubines y los esplendorosos y santos serafines se acercan a su trono con reverencia solemne. ¡Cuánto más debemos nosotros, seres finitos y pecadores, presentarnos en forma reverente delante del Señor, nuestro Creador! SSJ 9.2
Pero santificar el nombre del Señor significa mucho más que esto. Podemos manifestar, como los judíos contemporáneos de Cristo, la mayor reverencia externa hacia Dios y, no obstante, profanar su nombre continuamente. “El nombre de Jehová” es “fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad... que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”. Éxodo 34:5-7. Se dijo de la iglesia de Cristo: “Se la llamará: Jehová justicia nuestra”. Este nombre se da a todo discípulo de Cristo. Es la herencia del hijo de Dios. La familia se conoce por el nombre del Padre. El profeta Jeremías, en tiempo de tribulación y gran dolor, oró: “Sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares”. Jeremías 14:9. SSJ 9.3
Este nombre es santificado por los ángeles del cielo y por los habitantes de los mundos sin pecado. Cuando oramos “Santificado sea tu nombre”, pedimos que lo sea en este mundo, en nosotros mismos. Dios nos ha reconocido delante de la humanidad y ángeles como sus hijos; pidámosle ayuda para no deshonrar el “buen nombre que fue invocado sobre” nosotros. Santiago 2:7. SSJ 9.4
Dios nos envía al mundo como sus representantes. En todo acto de la vida, debemos manifestar el nombre de Dios. Esta petición exige que poseamos su carácter. No podemos santificar su nombre ni representarlo ante el mundo, a menos que en nuestra vida y carácter representemos la vida y el carácter de Dios. Esto podrá hacerse únicamente cuando aceptemos la gracia y la justicia de Cristo.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 91, 92. SSJ 9.5

El ejemplo de Cristo nos da poder para resistir la tentación


Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia. Lucas 3:21, 22. SSJ 8.1
Los profesos seguidores de Cristo pueden ser hechos fuertes en el Señor si aprovechan las provisiones hechas para ellos por medio de los méritos de Jesús. Dios no ha cerrado los cielos para no oír las oraciones humildes de almas humildes y creyentes. La oración humilde, sencilla, ferviente y perseverante del que es fiel, entra en el cielo ahora tan seguramente como lo hizo la oración de Cristo [cuando fue bautizado]. El cielo se abrió cuando oró, y esto nos muestra que podemos ser reconciliados con Dios, y que se establece la comunicación entre Dios y nosotros por medio de la justicia de nuestro Señor y Salvador. Cristo tomó sobre sí la humanidad, y sin embargo estuvo en una relación íntima y estrecha con Dios. Unió la humanidad con su naturaleza divina, haciendo posible también para nosotros el llegar a ser participantes de la naturaleza divina, y así huir de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. 2 Pedro 1:4. SSJ 8.2
Cristo es nuestro ejemplo en todo. En respuesta a la oración que elevó a su Padre el cielo se abrió, y el Espíritu, semejante a una paloma, descendió sobre él. Por el Espíritu Santo es como Dios, además de establecer comunicación con el ser humano, también mora en el corazón de los que son fieles y obedientes. Los que lo busquen en forma sincera, con el fin de recibir sabiduría para resistir a Satanás, recibirán luz y fortaleza en la hora de la tentación. Debemos vencer del mismo modo como Cristo triunfó. SSJ 8.3
Jesús comenzó su ministerio público con una súplica ferviente. Con ello nos dejó un ejemplo acerca de la importancia que tiene la oración para adquirir una experiencia cristiana victoriosa. Su constante comunión con el Padre constituye un modelo que haríamos bien en imitar... SSJ 8.4
Debemos depender de Dios para experimentar una vida cristiana victoriosa, siguiendo el ejemplo que Cristo legó al abrir un camino que nos conduce a la fuente de fortaleza que nunca falla, y de la cual podemos obtener gracia y poder para resistir al enemigo y salir victoriosos.—The Signs of the Times, 24 de julio de 1893. Ver Recibiréis Poder, 16. SSJ 8.5

La caída de Lucifer


En el cielo, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso, cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios. Su semblante, así como el de los demás ángeles, era apacible y denotaba felicidad. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligencia. Su forma era perfecta; su porte noble y majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles. Sin embargo, Cristo, el amado Hijo de Dios, tenía la preeminencia sobre todas las huestes angélicas. Era uno con el Padre antes que los ángeles fueran creados. Lucifer tuvo envidia de él y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo a Cristo. 

El gran Creador convocó a las huestes celestiales para conferir honra especial a su Hijo en presencia de todos los ángeles. Este estaba sentado en el trono con el Padre, con la multitud celestial de santos ángeles reunida a su alrededor. Entonces el Padre hizo saber que había ordenado que Cristo, su Hijo, fuera igual a él; de modo que doquiera estuviese su Hijo, estaría él mismo también. La palabra del Hijo debería obedecerse tan prontamente como la del Padre. Este había sido investido de la autoridad de comandar las huestes angélicas. Debía obrar especialmente en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y de todo ser viviente que habría de existir en ella. Ejecutaría su voluntad. No haría nada por sí mismo. La voluntad del Padre se cumpliría en él. 

Lucifer estaba envidioso y tenía celos de Jesucristo. No obstante, cuando todos los ángeles se inclinaron ante él para reconocer su supremacía, gran autoridad y derecho de gobernar, se inclinó con ellos, pero su corazón estaba lleno de envidia y odio. Cristo formaba parte del consejo especial de Dios para considerar sus planes, mientras Lucifer los desconocía. No comprendía, ni se le permitía conocer los propósitos de Dios. En cambio Cristo era reconocido como Soberano del Cielo, con poder y autoridad iguales a los de Dios. Lucifer creyó que él era favorito en el cielo entre los ángeles. Había sido sumamente exaltado, pero eso no despertó en él ni gratitud ni alabanzas a su Creador. Aspiraba llegar a la altura de Dios mismo. Se glorificaba en su propia exaltación. Sabía que los ángeles lo honraban. Tenía una misión especial que cumplir. Había estado cerca del gran Creador y los persistentes rayos de la gloriosa luz que rodeaban al Dios eterno habían resplandecido especialmente sobre él. Pensó en cómo los ángeles habían obedecido sus órdenes con placentera celeridad. ¿No eran sus vestiduras brillantes y hermosas? ¿Por qué había que honrar a Cristo más que a él? 

Salió de la presencia del Padre descontento y lleno de envidia contra Jesucristo. Congregó a las huestes angélicas, disimulando sus verdaderos propósitos, y les presentó su tema, que era él mismo. Como quien ha sido agraviado, se refirió a la preferencia que Dios había manifestado hacia Jesús postergándolo a él. Les dijo que de allí en adelante toda la dulce libertad de que habían disfrutado los ángeles llegaría a su fin. ¿Acaso no se les había puesto un gobernador, a quien de allí en adelante debían tributar honor servil? Les declaró que él los había congregado para asegurarles que no soportaría más esa invasión de sus derechos y los de ellos: que nunca más se inclinaría ante Cristo; que tomaría para sí la honra que debiera habérsele conferido, y sería el caudillo de todos los que estuvieran dispuestos a seguirlo y a obedecer su voz. 

Hubo discusión entre los ángeles. Lucifer y sus seguidores luchaban para reformar el gobierno de Dios. Estaban descontentos y se sentían infelices porque no podían indagar en su inescrutable sabiduría ni averiguar sus propósitos al exaltar a su Hijo y dotarlo de poder y mando ilimitados. Se rebelaron contra la autoridad del Hijo. 

Los ángeles leales trataron de reconciliar con la voluntad de su Creador a ese poderoso ángel rebelde. Justificaron el acto de Dios al honrar a Cristo, y con poderosos argumentos trataron de convencer a Lucifer de que no tenía entonces menos honra que la que había tenido antes que el Padre proclamara el honor que había conferido a su Hijo. Le mostraron claramente que Cristo era el Hijo de Dios, que existía con él antes que los ángeles fueran creados, y que siempre había estado a la diestra del Padre, sin que su tierna y amorosa autoridad hubiese sido puesta en tela de juicio hasta ese momento; y que no había dado orden alguna que no fuera ejecutada con gozo por la hueste angélica. Argumentaron que el hecho de que Cristo recibiera honores especiales de parte del Padre en presencia de los ángeles no disminuía la honra que Lucifer había recibido hasta entonces. Los ángeles lloraron. Ansiosamente intentaron convencerlo de que renunciara a su propósito malvado para someterse a su Creador, pues todo había sido hasta entonces paz y armonía, y ¿qué era lo que podía incitar esa voz rebelde y disidente? 

Lucifer no quiso escucharlos. Se apartó entonces de los ángeles leales acusándolos de servilismo. Estos se asombraron al ver que Lucifer tenía éxito en sus esfuerzos por incitar a la rebelión. Les prometió un nuevo gobierno, mejor que el que tenían entonces, en el que todo sería libertad. Muchísimos expresaron su propósito de aceptarlo como su dirigente y comandante en jefe. Cuando vio que sus propuestas tenían éxito, se vanaglorió de que podría llegar a tener a todos los ángeles de su lado, que sería igual a Dios mismo, y su voz llena de autoridad sería escuchada al dar órdenes a toda la hueste celestial. Los ángeles leales le advirtieron nuevamente y le aseguraron cuáles serían las consecuencias si persistía, pues el que había creado a los ángeles tenía poder para despojarlos de toda autoridad y, de una manera señalada, castigar su audacia y su terrible rebelión. ¡Pensar que un ángel se opuso a la ley de Dios que es tan sagrada como él mismo! Exhortaron a los rebeldes a que cerraran sus oídos a los razonamientos engañosos de Lucifer, y le aconsejaron a él y a cuantos habían caído bajo su influencia que volvieran a Dios y confesaran el error de haber permitido siquiera el pensamiento de objetar su autoridad. 

Muchos de los simpatizantes de Lucifer se mostraron dispuestos a escuchar el consejo de los ángeles leales y arrepentirse de su descontento para recobrar la confianza del Padre y su amado Hijo. El poderoso rebelde declaró entonces que conocía la ley de Dios, y que si se sometía a la obediencia servil se lo despojaría de su honra y nunca más se le confiaría su excelsa misión. Les dijo que tanto él como ellos habían ido demasiado lejos como para volver atrás, y que estaba dispuesto a afrontar las consecuencias, pues jamás se postraría para adorar servilmente al Hijo de Dios; que el Señor no los perdonaría, y que tenían que reafirmar su libertad y conquistar por la fuerza el puesto y la autoridad que no se les había concedido voluntariamente. 

Los ángeles leales se apresuraron a llegar hasta el Hijo de Dios y le comunicaron lo que ocurría entre los ángeles. Encontraron al Padre en consulta con su amado Hijo para determinar los medios por los cuales, por el bien de los ángeles leales, pondrían fin para siempre a la autoridad que había asumido Satanás. El gran Dios podría haber expulsado inmediatamente del cielo a este archiengañador, pero ese no era su propósito. Daría a los rebeldes una justa oportunidad para que midieran su fuerza con su propio Hijo y sus ángeles leales. En esa batalla cada ángel elegiría su propio bando y lo pondría de manifiesto ante todos. No hubiera sido conveniente permitir que permaneciera en el cielo ninguno de los que se habían unido con Satanás en su rebelión. Habían aprendido la lección de la genuina rebelión contra la inmutable ley de Dios, y eso es irremediable. Si Dios hubiera ejercido su poder para castigar a este jefe rebelde, los ángeles subversivos no se habrían puesto en evidencia; por eso Dios siguió otro camino, pues quería manifestar definidamente a toda la hueste celestial su justicia y su juicio.