Como
Dios me ha mostrado el camino que el pueblo adventista ha de recorrer en viaje
a la santa ciudad, así como la rica recompensa que se dará a quienes
aguarden a su Señor cuando regrese del festín de bodas, tengo quizás el deber
de daros un breve esbozo de lo que Dios me ha revelado. Los santos amados
tendrán que pasar por muchas pruebas. Pero nuestras ligeras aflicciones, que
sólo duran un momento, obrarán para nosotros un excelso y eterno peso de gloria
con tal que no miremos las cosas que se ven, porque éstas son pasajeras, pero
las que no se ven son eternas. He procurado traer un buen informe y algunos
racimos de Canaán, por lo cual muchos quisieran apedrearme, como la
congregación amenazó hacer con Caleb y Josué por su informe. Números 14:10. Pero os declaro, hermanos y hermanas en el Señor, que es una
buena tierra, y bien podemos subir y tomar posesión de ella. {PE 13.3}
Mientras
estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre
mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo.
Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en
parte alguna, y entonces una voz me dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba.”
Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo.
El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad que se
veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya
andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el “clamor
de media noche.” Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los
pies de los caminantes para que no tropezaran. {PE 14.1}
Delante
de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de
él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad
estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella.
Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual
dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban:
“¡Aleluya!” Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos,
diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se
extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de
modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera
del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto oímos la voz de Dios,
semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la
venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la
voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto.
Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y
nuestros semblantes se iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como
le sucedió a Moisés al bajar del Sinaí. {PE 14.2}
Los
144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente llevaban
escritas estas palabras: “Dios, nueva Jerusalén,” y además una brillante
estrella con el nuevo nombre de Jesús. Los impíos se enfurecieron al vernos en
aquel santo y feliz estado, y querían apoderarse de nosotros para
encarcelarnos, cuando extendimos la mano en el nombre del Señor y cayeron
rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de Satanás que Dios nos
había amado, a nosotros que podíamos lavarnos los pies unos a otros y
saludarnos fraternalmente con ósculo santo, y ellos adoraron a nuestras
plantas.Véase el Apéndice. {PE
15.1}
Pronto
se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una
nubecilla negra del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según
todos comprendían, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio,
contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más
esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior
parecía fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban
diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el
Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los
hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en
la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta de
plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban de par en par a sus
hijos. Palidecieron entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de
aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: “¿Quién
podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?” Después cesaron de cantar
los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio cuando Jesús dijo:
“Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos
mi gracia.” Al escuchar estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el
gozo llenó todos los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y
volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra. {PE 15.2}
Luego
resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él iba descendiendo en la
nube, rodeado de llamas de fuego. Miró las tumbas de sus santos dormidos.
Después alzó los ojos y las manos hacia el cielo, y exclamó: “¡Despertad!
¡Despertad! ¡Despertad los que dormís en el polvo, y levantaos!” Hubo entonces
un formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los muertos
revestidos de inmortalidad. Los 144.000 exclamaron: “¡Aleluya!” al reconocer a
los amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante
nosotros fuimos transformados y nos reunimos con ellos para encontrar al Señor
en el aire. {PE
16.1}
Juntos
entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio,
donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano. Nos dió también
arpas de oro y palmas de victoria. En el mar de vidrio, los 144.000 formaban un
cuadrado perfecto. Algunas coronas eran muy brillantes y estaban cuajadas de
estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos estaban
perfectamente satisfechos con su corona. Iban vestidos con un resplandeciente
manto blanco desde los hombros hasta los pies. Había ángeles en todo
nuestro derredor mientras íbamos por el mar de vidrio hacia la puerta de la
ciudad. Jesús levantó su brazo potente y glorioso y, posándolo en la perlina
puerta, la hizo girar sobre sus relucientes goznes y nos dijo: “En mi sangre
lavasteis vuestras ropas y estuvisteis firmes en mi verdad. Entrad.” Todos
entramos, con el sentimiento de que teníamos perfecto derecho a estar en la
ciudad. {PE 16.2}
Allí
vimos el árbol de la vida y el trono de Dios, del que fluía un río de agua
pura, y en cada lado del río estaba el árbol de la vida. En una margen había un
tronco del árbol y otro en la otra margen, ambos de oro puro y transparente. Al
principio pensé que había dos árboles; pero al volver a mirar vi que los dos
troncos se unían en su parte superior y formaban un solo árbol. Así estaba el
árbol de la vida en ambas márgenes del río de vida. Sus ramas se inclinaban
hacia donde nosotros estábamos, y el fruto era espléndido, semejante a oro mezclado
con plata. {PE
17.1}
Todos
nos ubicamos bajo el árbol, y nos sentamos para contemplar la gloria de aquel
paraje, cuando los Hnos. Fitch y Stockman, que habían predicado el Evangelio
del reino y a quienes Dios había puesto en el sepulcro para salvarlos, se
llegaron a nosotros y nos preguntaron qué había sucedido mientras ellos
dormían.Véase el Apéndice. Procuramos recordar las pruebas más graves por las que
habíamos pasado, pero resultaban tan insignificantes frente al incomparable y
eterno peso de gloria que nos rodeaba, que no pudimos referirlas, y todos
exclamamos: “¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo.” Pulsamos entonces
nuestras áureas arpas cuyos ecos resonaron en las bóvedas del cielo. {PE 17.2}
Con
Jesús al frente, descendimos todos de la ciudad a la tierra, y nos posamos
sobre una gran montaña que, incapaz de sostener a Jesús, se partió en dos, de
modo que quedó hecha una vasta llanura. Miramos entonces y vimos la gran ciudad
con doce cimientos y doce puertas, tres en cada uno de sus cuatro lados y un
ángel en cada puerta. Todosexclamamos: “¡La ciudad! ¡la gran ciudad! ¡ya baja,
ya baja de Dios, del cielo!” Descendió, pues, la ciudad, y se asentó en el
lugar donde estábamos. Comenzamos entonces a mirar las espléndidas afueras de
la ciudad. Allí vi bellísimas casas que parecían de plata, sostenidas por
cuatro columnas engastadas de preciosas perlas muy admirables a la vista.
Estaban destinadas a ser residencias de los santos. En cada una había un
anaquel de oro. Vi a muchos santos que entraban en las casas y, quitándose las
resplandecientes coronas, las colocaban sobre el anaquel. Después salían al
campo contiguo a las casas para hacer algo con la tierra, aunque no en modo
alguno como para cultivarla como hacemos ahora. Una gloriosa luz circundaba sus
cabezas, y estaban continuamente alabando a Dios. {PE 17.3}
Vi
otro campo lleno de toda clase de flores, y al cortarlas, exclamé: “No se
marchitarán.” Después vi un campo de alta hierba, cuyo hermosísimo aspecto
causaba admiración. Era de color verde vivo, y tenía reflejos de plata y oro al
ondular gallardamente para gloria del Rey Jesús. Luego entramos en un campo
lleno de toda clase de animales: el león, el cordero, el leopardo y el lobo,
todos vivían allí juntos en perfecta unión. Pasamos por en medio de ellos, y
nos siguieron mansamente. De allí fuimos a un bosque, no sombrío como los de la
tierra actual, sino esplendente y glorioso en todo. Las ramas de los árboles se
mecían de uno a otro lado, y exclamamos todos: “Moraremos seguros en el desierto
y dormiremos en los bosques.” Atravesamos los bosques en camino hacia el monte
de Sion. {PE 18.1}
En
el trayecto encontramos a un grupo que también contemplaba la hermosura del
paraje. Advertí que el borde de sus vestiduras era rojo; llevaban mantos de un
blanco purísimo y muy brillantes coronas. Cuando los saludamos pregunté a Jesús
quiénes eran, y me respondió que eran mártires que habían sido muertos por su
nombre. Los acompañaba una innúmera hueste de pequeñuelos que también tenían un
ribete rojo en sus vestiduras. El monte de Sión estaba delante de nosotros, y
sobre el monte había un hermoso templo. Lo rodeaban otros siete montes donde
crecían rosas y lirios. Los pequeñuelos trepaban por los montes o, si lo
preferían, usaban sus alitas para volar hasta la cumbre de ellos y recoger
inmarcesibles flores. Toda clase de árboles hermoseaban los alrededores del
templo: el boj, el pino, el abeto, el olivo, el mirto, el granado y la higuera
doblegada bajo el peso de sus maduros higos, todos embellecían aquel paraje.
Cuando íbamos a entrar en el santo templo, Jesús alzó su melodiosa voz y dijo:
“Únicamente los 144.000 entran en este lugar.” Y exclamamos: “¡Aleluya!” {PE 18.2}
Este
templo estaba sostenido por siete columnas de oro transparente, con engastes de
hermosísimas perlas. No me es posible describir las maravillas que vi. ¡Oh, si
yo supiera el idioma de Canaán! ¡Entonces podría contar algo de la gloria del
mundo mejor! Vi tablas de piedra en que estaban esculpidos en letras de oro los
nombres de los 144.000. Después de admirar la gloria del templo, salimos y
Jesús nos dejó para ir a la ciudad. Pronto oimos su amable voz que decía:
“Venid, pueblo mío; habéis salido de una gran tribulación y hecho mi voluntad.
Sufristeis por mí. Venid a la cena, que yo me ceñiré para serviros.” Nosotros
exclamamos: “¡Aleluya! ¡Gloria!” y entramos en la ciudad. Vi una mesa de plata
pura, de muchos kilómetros de longitud, y sin embargo nuestra vista la abarcaba
toda. Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, almendras, higos, granadas,
uvas y muchas otras especies de frutas. Le rogué a Jesús que me permitiese
comer del fruto y respondió: “Todavía no. Quienes comen del fruto de este lugar
ya no vuelven a la tierra. Pero si eres fiel, no tardarás en comer del fruto
del árbol de la vida y beber del agua del manantial.” Y añadió: “Debes volver
de nuevo a la tierra y referir a otros lo que se te ha revelado.” Entonces un
ángel me transportó suavemente a este obscuro mundo. A veces me parece que no
puedo ya permanecer aquí; tan lóbregas me resultan todas las cosas de la
tierra. Me siento muy solitaria aquí, pues he visto una tierra mejor. ¡Ojalá
tuviese alas de paloma! Echaría a volar para obtener descanso. {PE 19.1}
*****
Cuando
salí de aquella visión, todo me pareció cambiado. Todo lo que miraba era
tétrico. ¡Cuán obscuro era el mundo para mí! Lloraba al verme aquí y sentía
nostalgia. Había visto algo mejor, y ello arruinaba este mundo para mí. Relaté
la visión a nuestro pequeño grupo de Portland, el cual creyó entonces que
provenía de Dios. Fueron momentos en que sentimos el poder de Dios y el
carácter solemne de la eternidad. Más o menos una semana después de esto el
Señor me dió otra visión. Me mostró las pruebas por las que habría de pasar, y
que debía ir y relatar a otros lo que él me había revelado, y también que
tendría que arrostrar gran oposición y sufrir angustia en mi espíritu. Pero el
ángel dijo: “Bástate la gracia de Dios; él te sostendrá.” {PE 20.1}
Al
salir de esta visión, me sentí sumamente conturbada. Estaba muy delicada de
salud y sólo tenía 17 años. Sabía que muchos habían caído por el engreimiento,
y que si me ensalzaba en algo, Dios me abandonaría, y sin duda alguna yo me
perdería. Recurrí al Señor en oración y le rogué que pusiese la carga sobre
otra persona. Me parecía que yo no podría llevarla. Estuve postrada sobre mi
rostro mucho tiempo, y la única instrucción que pude recibir fué: “Comunica a
otros lo que te he revelado.” {PE 20.2}
En
la siguiente visión que tuve, rogué fervorosamente al Señor que, si debía ir y relatar
lo que me había mostrado, me guardase del ensalzamiento. Entonces me reveló que
mi oración era contestada y que si me viese en peligro de engreírme, su mano se
posaría sobre mí, y me vería aquejada de enfermedad. Dijo el ángel: “Si
comunicas fielmente losmensajes y perseveras hasta el fin, comerás del fruto
del árbol de la vida y beberás del agua del río de vida.” {PE 20.3}
Pronto
se difundió que las visiones eran resultado del mesmerismo, y muchos
adventistas estuvieron dispuestos a creerlo y a hacer circular el rumor. Un
médico que era un célebre mesmerizador me dijo que mis visiones eran
mesmerismo, que yo era un sujeto muy dócil y que él podía mesmerizarme y darme
una visión. Le respondí que el Señor me había mostrado en visión que el
mesmerismo era del diablo, que provenía del abismo y que pronto volvería allí,
junto con los que continuasen practicándolo.Véase el Apéndice. Le dí permiso para
mesmerizarme si podía. Lo probó durante más de media hora, recurriendo a
diferentes operaciones, y finalmente renunció a la tentativa. Por la fe en Dios
pude resistir su influencia, y ésta no me afectó en lo más mínimo. {PE 21.1}
Si
tenía una visión en una reunión, muchos decían que era excitación y que alguien
me mesmerizaba. Entonces me iba sola a los bosques, donde únicamente el ojo o
el oído de Dios pudiese verme u oírme; me dirigía a él en oración y él a veces
me daba una visión allí. Me regocijaba entonces, y contaba lo que Dios me había
revelado a solas donde ningún mortal podía influir en mí. Pero algunos me
dijeron que me mesmerizaba a mí misma. ¡Oh!—pensaba yo,—¿hemos llegado al punto
en que los que acuden sinceramente a Dios a solas y confiando en sus promesas
para obtener su salvación, pueden ser acusados de hallarse bajo la influencia
corrupta y condenadora del mesmerismo? ¿Pedimos “pan” a nuestro bondadoso Padre
celestial para recibir tan sólo una “piedra” o un “escorpión”? Estas cosas
herían mi ánimo y torturaban mi alma con una intensa angustia, que era casi
desesperación, mientras que muchos procuraban hacerme creer que no había
Espíritu Santo y que todas las manifestaciones que habían experimentado los
santos hombres de Dios no eran más que mesmerismo o engaños de Satanás. {PE 21.2}
En
aquel tiempo había fanatismo en el estado de Maine. Algunos evitaban todo
trabajo y despedían de la fraternidad a cuantos no querían aceptar sus
opiniones al respecto, así como algunas otras cosas que ellos consideraban
deberes religiosos. Dios me reveló esos errores en visión y me envió a sus
hijos extraviados para que se los declarase; pero muchos de ellos rechazaron
rotundamente el mensaje, y me acusaron de amoldarme al mundo. Por otro lado,
los adventistas nominales me acusaron falsamente de fanatismo, y algunos, con
impiedad me llamaban dirigente del fanatismo que en realidad yo estaba
procurando corregir. (Véase el Apéndice.) Diferentes fechas fueron fijadas en repetidas ocasiones para la
venida del Señor, y se insistió en que los hermanos las aceptasen; pero el
Señor me mostró que todas pasarían, porque el tiempo de angustia debía
transcurrir antes de la venida de Cristo, y que cada vez que se fijara una
fecha y ésta transcurriera, ello no podría sino debilitar la fe del pueblo de
Dios. Por enseñar esto, se me acusó de acompañar al siervo malo que decía en su
corazón: “Mi Señor tarda en venir.” {PE 22.1}
Todas
estas cosas abrumaban mi ánimo, y en la confusión me veía a veces tentada a
dudar de mi propia experiencia. Mientras orábamos en la familia una mañana, el
poder de Dios comenzó a descansar sobre mí, y cruzó por mi mente el pensamiento
de que era mesmerismo, y lo resistí. Inmediatamente fuí herida de mudez, y por
algunos momentos perdí el sentido de cuanto me rodeaba. Vi entonces mi pecado
al dudar del poder de Dios y que por ello me había quedado muda, pero que antes
de 24 horas se desataría mi lengua. Se me mostró una tarjeta en que estaban
escritos en letras de oro el capítulo y los versículos de cincuenta pasajes de
la Escritura.1 Después que salí de la visión, pedí por
señas la pizarra y escribí en ella que estaba muda, también lo que había visto,
y que deseaba la Biblia grande. Tomé la Biblia y rápidamente busqué todos
los textos que había visto en la tarjeta. No pude hablar en todo el día. A la
mañana siguiente temprano, llenóse mi alma de gozo, se desató mi lengua y
prorrumpí en grandes alabanzas a Dios. Después de esto ya no me atreví a dudar
ni a resistir por un momento al poder de Dios, pensaran los demás lo que
pensaran. {PE 22.2}
En
1846, mientras estaba en Fairhaven, Massachusetts, mi hermana (quien solía
acompañarme en aquel entonces), la Hna. A., el Hno. G. y yo misma subimos en un
barco a vela para ir a visitar a una familia en la isla del Oeste. Era casi de
noche cuando partimos. Apenas habíamos recorrido una corta distancia cuando se
levantó una tempestad repentina. Había truenos y rayos, y la lluvia caía sobre
nosotros a torrentes. Resultaba claro que nos íbamos a perder, a menos que Dios
nos librase. {PE
23.1}
Me
arrodillé en el barco y comencé a clamar a Dios que nos salvase. Allí, sobre
las olas tumultuosas, mientras el agua pasaba por encima del puente sobre
nosotros, fuí arrebatada en visión y vi que antes que pereciéramos se secaría
toda gota del océano, pues mi obra estaba tan sólo en su comienzo. Cuando salí
de la visión, todos mis temores se habían disipado, cantamos y alabamos a Dios
y aquel barquito vino a ser para nosotros un Betel flotante. El redactor del Advent Herald había dicho que, por cuanto se
sabía, mis visiones eran “el resultado de operaciones mesméricas.” Pero,
pregunto, ¿qué oportunidad había para realizar operaciones mesméricas en una
ocasión como aquélla? El Hno. G. estaba más que ocupado en el manejo del barco.
Procuró anclar, pero el ancla se deslizaba por el fondo. Nuestra embarcación
era sacudida sobre las olas e impulsada por el viento, y era tanta la
obscuridad que no podíamos ver desde un extremo del barco al otro. Pronto el
ancla se afirmó, y el Hno. G. pidió auxilio. Había tan sólo dos casas en la
isla, y resultó que estábamos cerca de una de ellas, pero no era aquella a la
cual deseábamos ir. Toda la familia se había retirado a descansar, con
excepción de una niñita que, providencialmente, oyó el pedido de auxilio
lanzado sobre el agua. Su padre acudió pronto en nuestro socorro y, en un
barquito, nos llevó a la orilla. Pasamos el resto de aquella noche agradeciendo
a Dios y alabándole por su admirable bondad hacia nosotros. {PE 23.2}
Pasajes mencionados
en la página anterior
Y
ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por
cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo. Lucas 1:20. {PE
24.1}
Todo
lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará
saber. Juan 16:15. {PE 24.2}
Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen. Hechos 2:4. {PE
24.3}
Y
ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo
hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y
señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron
orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del
Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Hechos 4:29-31. {PE
24.4}
No
deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no
sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen. Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide,
recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de
vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un
pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar
buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los
cielos dará buenas cosas a los que le pidan? Así que, todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con
ellos; porque esto es la ley y los profetas. Guardaos de los falsos profetas,
que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos
rapaces. Mateo 7:6-12, 15. {PE 24.5}
Porque
se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Mateo 24:24. {PE
25.1}
Por
tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él;
arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis
sido enseñados, abundando en acciones de gracias. Mirad que nadie os engañe por
medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres,
conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Colosenses 2:6-8. {PE
25.2}
No
perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es
necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis
la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero
nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen
fe para preservación del alma. Hebreos 10:35-39. {PE
25.3}
Porque
el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de
las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en
semejante ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz,
y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y
el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón. Hebreos 4:10-12. {PE
25.4}
Estando
persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo. . . . Solamente que os comportéis
como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros o que
esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo
unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados por los que se oponen,
que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de
salvación; y esto de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo,
no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él. Filipenses 1:6, 27-29. {PE 25.5}
Porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena
voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis
irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación
maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el
mundo. Filipenses
2:13-15. {PE 26.1}
Por
lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las
asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día
malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos
vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados
los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de
la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el
yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;
orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en
ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. Efesios 6:10-18. {PE 26.2}
Antes
sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como
Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:32. {PE 26.3}
Habiendo
purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu,
para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de
corazón puro. 1 Pedro
1:22. {PE 26.4}
Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13:34, 35. {PE 27.1}
Examinaos
a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os
conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis
reprobados? 2
Corintios 13:5. {PE 27.2}
Conforme
a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el
fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque
nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras
preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta;
porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada
uno cuál sea, el fuego la probará. 1 Corintios 3:10-13. {PE 27.3}
Por
tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha
puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su
propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de
vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se
levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los
discípulos. Hechos
20:28-30. {PE 27.4}
Estoy
maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia
de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay
algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun
nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que
os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo
repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea
anatema. Gálatas
1:6-9. {PE 27.5}
Por
tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis
hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas. Mas os digo,
amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más
pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después
de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a
éste temed. ¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de
ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza
están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos
pajarillos. Lucas
12:3-7. {PE 27.6}
Porque
escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, en las
manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Lucas 4:10, 11. {PE 28.1}
Porque
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció
en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios
en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que
la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados
en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas
no desamparados; derribados, pero no destruidos. 2 Corintios 4:6-9. {PE 28.2}
Porque
esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente
y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que
no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son
eternas. 2
Corintios 4:17, 18. {PE 28.3}
Que
sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación
que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual
vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba
vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba
con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo. 1 Pedro
1:5-7. {PE 28.4}
Porque
ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor. 1 Tesalonicenses 3:8. {PE 28.5}
Y
estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Marcos 16:17, 18. {PE 29.1}
Sus
padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que
nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los
ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por
sí mismo. Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por
cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el
Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene,
preguntadle a él. Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y
le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador.
Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que
habiendo yo sido ciego, ahora veo. Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te
abrió los ojos? El les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis querido oir;
¿por qué lo queréis oir otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus
discípulos? Juan
9:20-27. {PE 29.2}
Y
todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me
amáis, guardad mis mandamientos. Juan 14:13-15. {PE 29.3}
Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que
queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho
fruto, y seáis así mis discípulos. Juan 15:7, 8. {PE 29.4}
Pero
había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dió voces,
diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para
destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió,
diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Marcos 1:23-25. {PE 29.5}
Por
lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 8:38, 39. {PE 29.6}
Escribe
al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que
tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:
Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la
cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi
palabra, y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de
Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten. He aquí,
yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado.
Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de
la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los
que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para
que ninguno tome tu corona. Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de
mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios,
y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del
cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias. Apocalipsis 3:7-13. {PE 30.1}
Estos
son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los
que siguen al Cordero por doquiera que va. Estos fueron redimidos de entre los
hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fué
hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios. Apocalipsis 14:4, 5. {PE 30.2}
Mas
nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador,
al Señor Jesucristo. Filipenses 3:20. {PE 30.3}
Por
lo tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el
labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta
que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y
afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Santiago 5:7, 8. {PE 30.4}
El
cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante
al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a
sí mismo todas las cosas. Filipenses 3:21. {PE
31.1}
Miré,
y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del
Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y
del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la
nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de
la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la
tierra, y la tierra fué segada. Salió otro ángel del templo que está en el
cielo, teniendo también una hoz aguda. Apocalipsis 14:14-17.{PE 31.2}
Por
tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Hebreos 4:9. {PE
31.3}
Y
yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Apocalipsis 21:2. {PE
31.4}
Después
miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento
cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en
la frente.Apocalipsis 14:1. {PE 31.5}
Después
me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que
salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a
uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos,
dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las
naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en
ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus
frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni
de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos
de los siglos. Apocalipsis
22:1-5. {PE 31.6}
Visiones
subsiguientes
El
Señor me dió la visión que sigue en 1847, mientras los hermanos estaban
reunidos el sábado, en Topsham, Maine. {PE 32.1}
Sentimos
un extraordinario espíritu de oración, y mientras orábamos el Espíritu Santo descendió
sobre nosotros. Estábamos muy felices. Pronto perdí el conocimiento de las
cosas terrenas y quedé arrobada en una visión de la gloria de Dios. Vi un ángel
que con presteza volaba hacia mí. Me llevó rápidamente desde la tierra a la
santa ciudad, donde vi un templo en el que entré. Antes de llegar al primer
velo, pasé por una puerta. Levantóse ese velo, y entré en el lugar santo, donde
vi el altar del incienso, el candelabro con las siete lámparas y la mesa con
los panes de la proposición. Después que hube notado la gloria del lugar santo,
Jesús levantó el segundo velo y pasé al lugar santísimo. {PE 32.2}
En
él vi un arca, cuya cubierta y lados estaban recubiertos de oro purísimo. En
cada extremo del arca había un hermoso querubín con las alas extendidas sobre
el arca. Sus rostros estaban frente a frente uno de otro, pero miraban hacia
abajo. Entre los dos ángeles había un incensario de oro, y sobre el arca, donde
estaban los ángeles, una gloria en extremo esplendorosa que semejaba un trono
en que moraba Dios. Junto al arca estaba Jesús, y cuando las oraciones de los
santos llegaban a él, humeaba el incienso del incensario, y Jesús ofrecía a su
Padre aquellas oraciones con el humo del incienso. Dentro del arca estaba el
vaso de oro con el maná, la florida vara de Aarón y las tablas de piedra, que
se plegaban la una sobre la otra como las hojas de un libro. Abriólas Jesús, y
vi en ellas los diez mandamientos escritos por el dedo de Dios. En una tabla
había cuatro, y en la otra seis. Los cuatro de la primera brillaban más que los
otros seis. Pero el cuarto, el mandamiento del sábado, brillaba más que todos,
porque el sábado fué puesto aparte para que se lo guardase en honor del santo
nombre de Dios. El santo sábado resplandecía, rodeado de un nimbo de gloria. Vi
que el mandamiento del sábado no estaba clavado en la cruz, pues de haberlo
estado, también lo hubieran estado los otros nueve, y tendríamos libertad para
violarlos todos, así como el cuarto. Vi que, por ser Dios inmutable, no había
cambiado el día de descanso; pero el papa lo había transferido del séptimo al
primer día de la semana, pues iba a cambiar los tiempos y la ley. {PE 32.3}
También
vi que si Dios hubiese cambiado el día de reposo del séptimo al primer día,
asimismo hubiera cambiado el texto del mandamiento del sábado escrito en las
tablas de piedra que están en el arca del lugar santísimo del templo celestial,
y diría así: El primer día es el día de reposo de Jehová tu Dios. Pero vi que
seguía diciendo lo mismo que cuando el dedo de Dios lo escribió en las tablas
de piedra, antes de entregarlas a Moisés en el Sinaí: “Mas el séptimo día es
reposo para Jehová tu Dios.” Vi que el santo sábado es, y será, el muro
separador entre el verdadero Israel de Dios y los incrédulos, así como la
institución más adecuada para unir los corazones de los queridos y esperanzados
santos de Dios. {PE
33.1}
Vi
que Dios tenía hijos que no reconocen ni guardan el sábado. No han rechazado la
luz referente a él. Y al empezar el tiempo de angustia, fuimos henchidos del Espíritu
Santo, cuando salimos a proclamar más plenamente el sábado.1 Esto enfureció las
otras iglesias y a los adventistas nominales,2 pues no podían
refutar la verdad sabática, y entonces todos los escogidos de Dios,
comprendiendo claramente que poseíamos la verdad, salieron y sufrieron la
persecución con nosotros. Vi guerra, hambre, pestilencia y grandísima
confusión en la tierra. Los impíos pensaron que nosotros habíamos acarreado el
castigo sobre ellos, y se reunieron en consejo para raernos de la tierra,
creyendo que así cesarían los males. {PE 33.2}
En
el tiempo de angustia, huimos todos de las ciudades y pueblos, pero los
malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los santos; pero
al levantar la espada para matarnos, se quebraba ésta y caía tan inútil como
una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por la liberación, y el
clamor llegó a Dios. Salió el sol y la luna se paró. Cesaron de fluir las
corrientes de aguas. Aparecieron negras y densas nubes que se entrechocaban
unas con otras. Pero había un espacio de gloria fija, del que, cual estruendo
de muchas aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. El
firmamento se abría y cerraba en honda conmoción. Las montañas temblaban como
cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos en su derredor. El mar hervía
como una olla y despedía piedras sobre la tierra. Y al anunciar Dios el día y
la hora de la venida de Jesús, cuando dió el sempiterno pacto a su pueblo,
pronunciaba una frase y se detenía de hablar mientras las palabras de la frase
rodaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con los ojos en alto,
escuchando las palabras según salían de labios de Jehová y retumbaban por la
tierra como fragor del trueno más potente. El espectáculo era pavorosamente
solemne, y al terminar cada frase, los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!”
Sus rostros estaban iluminados con la gloria de Dios, y resplandecían como el
de Moisés al bajar del Sinaí. A causa de esta gloria, los impíos no podían
mirarlos. Y cuando la bendición eterna fué pronunciada sobre quienes habían
honrado a Dios santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria
lograda sobre la bestia y su imagen. {PE 34.1}
Entonces
comenzó el jubileo, durante el cual la tierra debía descansar. Vi al piadoso
esclavo levantarse en triunfal victoria, y desligarse de las cadenas que
lo ataban, mientras que su malvado dueño quedaba confuso sin saber qué hacer;
porque los impíos no podían comprender las palabras que emitía la voz de Dios.
Pronto apareció la gran nube blanca. Parecióme mucho más hermosa que antes. En
ella iba sentado el Hijo del hombre. Al principio no distinguimos a Jesús en la
nube; pero al acercarse más a la tierra, pudimos contemplar su bellísima
figura. Esta nube fué, en cuanto apareció, la señal del Hijo del hombre en el
cielo. La voz del Hijo de Dios despertó a los santos dormidos y los levantó
revestidos de gloriosa inmortalidad. Los santos vivientes fueron transformados
en un instante y arrebatados con aquéllos en el carro de nubes. Este
resplandecía en extremo mientras rodaba hacia las alturas. El carro tenía alas
a uno y otro lado, y debajo, ruedas. Cuando el carro ascendía, las ruedas
exclamaban: “¡Santo!” y las alas, al batir, gritaban: “¡Santo!” y la comitiva
de santos ángeles que rodeaba la nube exclamaba: “¡Santo, santo, santo, Señor
Dios Todopoderoso!” Y los santos en la nube cantaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” El carro
subió a la santa ciudad. Abrió Jesús las puertas de esa ciudad de oro y nos
condujo adentro. Fuimos bien recibidos, porque habíamos guardado “los
mandamientos de Dios” y teníamos derecho “al árbol de la vida.” {PE 34.2}