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Queridos
Hermanos: Voy a referir una visión que me dió el Señor el 26 de enero de 1850.
Vi que algunos de los hijos de Dios están amodorrados, soñolientos o despiertos
tan sólo a medias, sin advertir en qué tiempo vivimos ni que ya entró el hombre
de la “escobilla,”1 ni tampoco que algunos corren el peligro
de ser barridos. Rogué
a Jesús que los salvara, y les dejase un poco más de tiempo para que vieran el
peligro y se prepararan antes de que fuese para siempre demasiado tarde. El
ángel dijo: “La destrucción viene como un violento torbellino.” Le supliqué que
se compadeciese y salvase a quienes amaban al mundo y estaban apegados a
sus bienes, sin voluntad para desprenderse de ellos ni para sacrificarse a fin
de mandar con apremio mensajeros que apacentaran a las hambrientas ovejas que
perecían por falta de alimento espiritual. {PE 48.1}
Me
fué tan penoso el espectáculo de las pobres almas moribundas por falta de la
verdad presente y el de algunos que, a pesar de profesar creerla, las dejaban
morir porque no proveían los medios necesarios para proseguir la obra de Dios,
que le rogué al ángel que lo apartara de mi vista. Vi que cuando la causa de
Dios exigía de algunos el sacrificio de sus haciendas, se alejaban
entristecidos como el joven que se llegó a Jesús (Mateo 19:16-22), pero que muy luego el
inminente azote se descargaría sobre ellos y les arrebataría todas sus
posesiones, y entonces sería demasiado tarde para sacrificar los bienes
terrenales y allegar un tesoro en el cielo. {PE 49.1}
Vi
después al glorioso Redentor, incomparablemente bello y amable, que, dejando su
reino de gloria, vino a este obscuro y desolado mundo para dar su preciosa vida
y morir, el justo por los injustos. Mientras estuvo cargado con la pesadumbre
de los pecados del mundo, soportó las befas, los escarnios y la trenzada corona
de espinas, y sudó gotas de sangre en el huerto. El ángel me preguntó: “¿Por
quién esto?” ¡Oh! yo veía y comprendía que era por nosotros; que por nuestros
pecados sufrió todo aquello, a fin de que con su preciosa sangre pudiese
redimirnos para Dios. {PE 49.2}
Después
vi de nuevo a quienes no querían vender sus bienes terrenales para salvar a las
perecientes almas, enviándoles la verdad mientras Jesús permanecía ante el
Padre ofreciendo por ellas su sangre, sus sufrimientos y su muerte, y mientras
los mensajeros de Dios aguardaban, dispuestos a llevarles la verdad salvadora a
fin de que recibiesen el sello del Dios vivo. Es muy deplorable que a algunos
de los que profesan la verdad presente, les duela hacer un sacrificio tan leve
como el de entregar a los mensajeros el propio dinero de Dios, que él les
prestó para que lo administrasen. {PE 49.3}
Otra
vez se me apareció en sus sufrimientos el paciente Jesús, cuyo profundo amor lo
movió a dar la vida por los hombres. También vi la conducta de quienes,
diciéndose ser discípulos de él, prefieren guardar los bienes terrenos en vez
de auxiliar la causa de la salvación. El ángel preguntó: “¿Pueden éstos entrar
en el cielo?” Otro ángel respondió: “¡No! ¡nunca, nunca, nunca! Quienes no
hayan mostrado interés por la causa de Dios en la tierra, no podrán jamás
cantar en el cielo el himno del amor redentor.” Vi que la obra que Dios estaba
haciendo rápidamente en la tierra iba pronto a ser abreviada en justicia, y que
los mensajeros deben correr velozmente en busca de las ovejas descarriadas. Un
ángel dijo: “¿Son todos mensajeros?” Otro contestó: “¡No, no; los mensajeros de
Dios tienen un mensaje!” {PE 50.1}
Vi
que la causa de Dios ha sido estorbada y deshonrada por algunos que viajaban
sin mensaje de Dios. Los tales tendrán que dar cuenta de todo dinero gastado en
viajar donde no tenían obligación de ir, porque ese dinero podría haber ayudado
a hacer progresar la causa de Dios; y por la falta de alimento espiritual que
podrían haberles dado los mensajeros escogidos y llamados por Dios, hubo almas
que murieron de inanición. Vi que aquellos que tenían fuerza para trabajar con
sus manos a fin de ayudar a la causa eran tan responsables por su fuerza como
otros lo eran por sus propiedades.[Véase el Apéndice.] {PE 50.2}
El
potente zarandeo ha comenzado y proseguirá de suerte que aventará a cuantos no
estén dispuestos a declararse por la verdad con valentía y tenacidad ni a
sacrificarse por Dios y su causa. El ángel dijo: “¿Acaso os figuráis que
alguien será obligado a sacrificarse? No, no. Debe ser una ofrenda voluntaria.
Se ha de vender todo para comprar el campo.” Clamé a Dios para suplicarle que
perdonara a su pueblo, entre el cual había algunos desfallecidos y moribundos,
pues vi que llegaban rápidamente los juicios del Todopoderoso, y rogué al ángel
que hablara en su propio lenguaje a la gente. Pero él respondió: “Todos
los truenos y relámpagos del Sinaí no conmoverían a los que no quieren ser
conmovidos por las evidentes verdades de la Palabra de Dios, ni tampoco los despertaría
el mensaje de un ángel.” {PE 50.3}
Contemplé
entonces la pureza y hermosura de Jesús. Su ropaje era más blanco que el blanco
más deslumbrante. No hay lengua alguna que pueda describir su gloria y
ensalzada belleza. Todos
los que guarden los mandamientos de Dios entrarán por las puertas en la ciudad,
y tendrán derecho al árbol de la vida y a estar siempre en la presencia de
Jesús, cuyo rostro brilla más que el sol al mediodía. {PE 51.1}
Se
me señaló el caso de Adán y Eva en el Edén. Comieron de la fruta prohibida y
fueron expulsados del huerto; y después la flamígera espada guardó el árbol de
vida para que ellos no participasen de su fruto y fuesen pecadores inmortales.
El árbol de vida había de perpetuar la inmortalidad. {PE 51.2}
Oí
que un ángel preguntaba: “¿Quién de la familia de Adán ha traspasado el círculo
de la espada de fuego y participado del árbol de la vida?” Y oí a otro ángel
que contestaba: “Ninguno de la familia de Adán ha pasado más allá de aquella
espada ni ha comido del árbol; de modo que no hay pecador inmortal. El alma que
pecare, ésa morirá de muerte eterna, una muerte que durará para siempre y de la
cual no hay esperanza que uno resucite; y entonces se apaciguará la ira de
Dios. {PE
51.3}
“Los
santos permanecerán en la santa ciudad y reinarán como reyes y sacerdotes por
mil años. Entonces descenderá Jesús con los santos sobre el monte de las Olivas
y el monte se hendirá para convertirse en dilatada llanura donde se asiente el
paraíso de Dios. El resto de la tierra no quedará purificado hasta que, al fin
de los mil años, resuciten los impíos y se congreguen en torno de la ciudad.
Los pies de los malvados nunca profanarán la tierra renovada. Del cielo
descenderá fuego de Dios para devorarlos y quemarlos de raíz y rama.
Satanás es la raíz y sus hijos las ramas. El mismo fuego que devore a los
malvados purificará la tierra.” {PE 51.4}
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